Comentario
Después de la muerte de Luis XIV, Felipe V y el duque de Orleans se consideraban enemigos irreconciliables por las ambiciones que ambos albergaban sobre los tronos de España y Francia, pues se arrogaban suficientes derechos. La situación internacional aconsejaba un acercamiento entre Londres y Versalles por la creciente oposición a los tratados de Felipe V y Carlos VI. El rechazo a la política de la regencia, alentado desde España, hizo volver la vista hacia las cuestiones exteriores para reforzar su posición. Jorge I también necesitaba consolidar los recientes logros, ya que no se había alejado el fantasma de los Estuardo, existían violentas discrepancias parlamentarias y las elecciones de 1715 mermaron aún más sus posibilidades de maniobra. Detrás de estas recientes relaciones estaban el abate Dubois y Stanhope, inspiradores, mediante las Conferencias de La Haya y Hannover, de la firma del Tratado de La Haya o Triple Alianza, en enero de 1717, con el concurso de Holanda. Los franceses buscaron un rápido acuerdo porque el verdadero objetivo del duque de Orleans se concretaba en su reconocimiento como heredero en caso de muerte de Luis XV, aunque el hecho no se podía plantear de forma directa, ya que atentaba contra la legalidad vigente. Mientras, los británicos manifestaron sus reticencias, superadas por los acontecimientos en la Europa septentrional debido al protagonismo de Rusia y Prusia. Los Hannover temían por sus deseadas posesiones alemanas si Francia desplegaba su hábil diplomacia en contra, conscientes de la influencia en este espacio geopolítico. Por tales motivos, con el tratado de 1717 se preservó la presencia británica en Alemania y no se tuvieron en cuenta los problemas saboyanos por la falta de aceptación holandesa, la guerra inconclusa entre Felipe V y Carlos VI y las interesantes concesiones comerciales españolas, que peligraban con el acuerdo.
En La Haya, los tres países firmantes garantizaban los tratados de 1713-1714 y, además, Versalles reconocía a los Hannover en la Corona británica, apoyaba la expulsión del Estuardo y prometía el desmantelamiento de las fortificaciones construidas después de Utrecht; Holanda conservaba las guarniciones fronterizas y Gran Bretaña aseguraba el respaldo moral y material al duque de Orleans en caso de una crisis sucesoria. En el momento de la firma la situación internacional era muy delicada por la Guerra del Norte y los problemas en el Mediterráneo. Londres aceleró la terminación de las cuestiones septentrionales en beneficio de los Hannover y sólo tenia interés en una paz en la cuenca mediterránea por motivos económicos. Francia deseaba la victoria sueca y defendía en el Sur el predominio español. Sin embargo, Stanhope no había anulado los compromisos de la Gran Alianza porque le asustaba el renacimiento del imperialismo francés; por ello, el acercamiento franco-británico fue calificado por los contemporáneos como antinatural y estuvo a punto de ruptura en varias ocasiones. A pesar de todo, la cooperación perduró durante bastantes años por la existencia de objetivos internacionales compartidos, sin que acabaran con la incierta armonía, las muertes, los cambios ministeriales o los conflictos ultramarinos.